Sigue abierta y con pronóstico reservado la herida entre el Presidente y el mundo empresario, sobre todo con los industriales. Están a salvo los productores agropecuarios, algunos emprendedores de la nueva generación que han sido exitosos en startups tecnológicas tipo Mercado Libre, y también el sector financiero al que se le tiene que seguir pidiendo plata. Todo lo demás, con honrosas excepciones, integra hoy más que nunca la lista negra contra la que apunta y apuntará el ala política del Gobierno cada vez que las cosas en la economía de todos los días no salgan como todos desearían.

Se combinan factores reales con desconfianzas e intrigas personales. Los recelos entre el Presidente con el empresariado local no son una novedad, sí la escalada desde principios de año. De la disputa con la principal empresa argentina de alimentación por la guerra del tomate, el Gobierno siguió contra los laboratorios, planteando una durísima negociación a todo o nada para bajar los precios de los remedios que compra con carácter monopólico el Estado.

Y por lo que ha trascendido, se está por abrir una nueva batalla con la industria de la alimentación que puede ser peor que la ya abierta en la reforma impositiva, en este caso por la regulaciones sanitarias extremas y al parecer algo fundamentalistas que se planifican en el ministerio de Salud en cuanto al nuevo etiquetado de alimentos, renovadas penalidades por contenidos de azúcar, sales y grasas, límites a publicidad y distribución de productos que engordan, entre otras obligaciones. "Peor no podemos estar", argumentan en el sector. Consideran que el de Mauricio Macri es un gobierno de "foodies", gente preocupada al extremo por el físico y la comida sana. Se preocupan cada vez que se promociona la buena iniciativa de la esposa del Presidente, Juliana Awada, de cultivar en Olivos una huerta orgánica.

Como quiera que sea, vale conocer un dato revelador: en dos años y medio de gestión, Mauricio Macri nunca recibió a la cúpula de la Copal, la central que agrupa a la industria alimenticia del país, curiosamente la más competitiva y a la que siempre se le piden inversiones en los discursos para que siga trabajando como lo vienen haciendo hace años a pesar de los malos gobiernos, en orden a convertirse en el gran supermercado de alimentos del mundo. A esos, que son el ejemplo como Arcor, Molinos, y tantas otras industriales modelo, Macri ni los recibe.

También es notable que el fastidio del Presidente ya se dirija contra empresas cuyos dueños integran la cúpula de la Asociación Empresaria Argentina, no solo a las entidades gremiales como la UIA o las cámaras sectoriales de cada sector en conflicto, supermercados, laboratorios, o fabricantes de enlatados.

La tirria histórica del Presidente contra el círculo rojo se ha profundizado tras el verano y con la llegada del otoño. Volvió furioso de Davos el Jefe de Estado. Se sentía Gardel en los Alpes suizos, solicitado por las grandes personalidades del mundo, reconocido y felicitado por el establishment político y financiero internacional. Llegó a la Argentina y le insultaban a la madre en las canchas de fútbol y las redes sociales. Como tantos otros gobiernos en la Argentina, el de Macri se fastidia porque en la radio y la televisión de lo único que se habla es de las malas noticias, la inflación y los aumentos de tarifas que nunca terminan.

Como si faltara algo para completar el cuadro, las encuestas en la que confía el Presidente revelan que mostrándose áspero con los empresarios su imagen se fortalece, en una coincidencia perfecta con la nueva estrategia política del Gobierno de abrazar una agenda más progre y de centro izquierda para recuperar voluntades perdidas en las encuestas durante el verano.

Así las cosas, la tensión entre el mundo económico y el Gobierno está llamada a continuar. Seguirá y seguramente se profundice en tanto no se logre controlar la inflación y los efectos nocivos del aumento de precios en las encuestas, la inversión y el empleo. Tampoco la economía es un desastre ni los números de las encuestas resultan una alarma para las perspectivas de reelección de Macri, escenario que sigue considerado como el de mayor probabilidad.

Lo que no se resuelve es el dilema de la rentabilidad para los inversores. No se pudieron bajar significativamente los impuestos, tampoco se logró un alivio en los costos laborales no salariales. La devaluación que se alentó a fin de año con la asonada de la jefatura de Gabinete al Banco Central duró menos de dos meses. Todos los costos ya aumentaron en pesos para los exportadores que se aliviaron 45 días con el dólar a 19 en lugar de 17. Esta semana, como Jesús en Pascua, resucitó Federico Sturzenegger anunciando dólar casi fijo y hasta la amenaza de volver a subir tasas para clavar el tipo de cambio y lograr así que al menos que se cumpla la meta blue de inflación, es decir no más de 20% este año. Bienvenido otra vez el atraso cambiario y el consecuente carry trade con las Lebacs.

Con inflación que no cede según las proyecciones de marzo y abril, seguirá muy latente la disputa entre el Gobierno y los hombres de negocios por los precios, las inversiones y los efectos de las malas noticias económicas en el humor social. De momento los hombres de empresa encontraron un alivio. La furia presidencial se trasladó a los jueces. Claro que como en el ajedrez, se juegan partidas simultáneas.