

Todos hemos sentido, alguna vez, una pequeña satisfacción cuando a alguien le va mal. Ya sea un exjefe, una figura pública que nunca nos cayó bien, o incluso una amistad que nos hizo daño en el pasado.
Esa sensación tiene nombre: schadenfreude. Aunque suele ocultarse por vergüenza o corrección social, es una emoción humana universal que puede decir mucho más sobre nosotros que sobre quien la sufre.
Lejos de ser solo un impulso malicioso, el schadenfreude tiene raíces en mecanismos profundos de protección emocional. Comparación social, autoestima, envidia reprimida y rencores no elaborados son algunos de los factores que explican por qué a veces nos sentimos bien con el mal ajeno. La clave no es negarlo, sino entender qué lo provoca.

Cuando el otro fracasa, yo respiro: lo que revela tu autoestima
Uno de los pilares emocionales del schadenfreude es la comparación social descendente. Alguien que parecía tenerlo todo -más éxito, reconocimiento o poder- sufre una caída, y eso produce en nosotros una sensación de alivio narcisista: ya no nos sentimos tan lejos, ni tan por debajo.
Este efecto se intensifica en personas con autoestima frágil o en crisis, según investigaciones como las de los psicólogos Wilco van Dijk y Jaap Ouwerkerk (2006). En contextos competitivos, como el trabajo o las redes sociales, el fracaso ajeno puede funcionar como una "inyección de valía". No es que se desee el mal, sino que ese mal genera una mejora relativa de nuestra posición.
El rencor que no se procesó puede salir disfrazado de alegría
Muchas veces, ese placer ante el mal ajeno no nace de la envidia ni de la competencia, sino del dolor no elaborado. Si alguien nos humilló, nos trató con desprecio o nos hirió emocionalmente, y nunca pudimos defendernos, el schadenfreude aparece cuando el otro tropieza. Es una reacción emocional cargada de pasado.
La psicología lo llama rencor no elaborado: una emoción que se mantiene viva cuando no se canaliza ni se resignifica. El placer por la caída del otro puede entonces ser una forma de "reparación simbólica". Aunque no haya justicia real, nuestro sistema emocional lo vive como una forma de equilibrio.
No sos una mala persona, pero tampoco sos neutral
Aceptar que el schadenfreude existe en nosotros no significa validarlo sin cuestionamientos. La clave está en reconocer la emoción sin juzgarla ni negarla, y a partir de ahí preguntarse: ¿qué me está diciendo esto sobre mí?, ¿por qué me afecta tanto la caída de esa persona?
El schadenfreude no indica maldad, pero sí puede mostrar heridas abiertas, inseguridades, deseos de justicia o resentimientos pasados. Es una emoción puente: si se explora, puede llevar al autoconocimiento; si se reprime o se convierte en hábito, puede volverse destructiva.

Como explican van Dijk y Ouwerkerk, el schadenfreude suele aparecer con más fuerza cuando la persona que fracasa es percibida como alguien exitoso, envidiado o moralmente cuestionable.
Es decir, no se trata solo de alegría por el daño ajeno, sino de una reacción compleja frente a desigualdades percibidas. Reconocer esa emoción puede ser el primer paso para soltar lo que todavía nos pesa.












