El 8 de julio de 1884 la Argentina dio un salto de calidad. Ese día se promulgó la Ley 1420 de educación común, gratuita, laica y obligatoria. El presidente era Julio Argentino Roca, pero el verdadero impulsor del modelo educativo fue Domingo Faustino Sarmiento.

La Argentina de ese entonces comenzaba a recibir las primeras oleadas de inmigrantes, la mayoría expulsados por la revolución industrial europea. Decenas de idiomas se mezclaban con el español de la Conquista. A ese desorden, la educación le puso un freno. Los inmigrantes no solo encontraron el trabajo que les faltaba en Europa sino que lograron que sus hijos, en gran mayoría, dejasen de ser analfabetos.

Saber leer y escribir a fines del siglo XIX o principios del XX convirtió a la Argentina en un país adelantado, es decir, competitivo.

La educación común, laica y gratuita igualó para arriba a miles de argentinos y los diferenció claramente de los vecinos de América latina. Pero esa educación pública que fue modelo sufrió los vaivenes de las diferentes crisis económicas.

Hoy no alcanza con saber leer y escribir. No alcanza con tener el secundario completo y tampoco alcanza para destacarse contar con un título universitario. Hoy la Argentina no prepara de forma masiva a los estudiantes para que puedan ser competitivos en un mundo globalizado.

Si los robots en varias líneas de producción reemplazan a los obreros, el salto de calidad no pasa por eliminar los robots, pasa por pensar un país que logre capacitar a los estudiantes para construir o prestarle servicio a esos robots. La Argentina de hoy está lejos de poder hacerlo.

La sociedad actual no piensa a largo plazo. Los gobiernos no piensan a largo plazo, entre otras cosas, porque los problemas cotidianos abruman. Lo más alarmante, quizá, es que de cara a las elecciones ningún candidato a Presidente tiene una propuesta educativa para brindar un verdadero salto de calidad, como la que impulsó Sarmiento hace 135 años. Tal vez porque no está en la agenda, tal vez porque pensar en el largo plazo no tiene que ver con los tiempos que corren, o tal vez porque como argentinos seguimos creyendo que el campo nos puede salvar a todos. Y si no nos salva la Pampa Húmeda, nos salvará el petróleo de Vaca Muerta.