

En los últimos años, la innovación dejó de ser un área dentro de muchas empresas y pasó a ser parte del mindset de las compañías. La velocidad con la que cambian los mercados, los consumidores y la tecnología obliga a las organizaciones a salir de la zona de confort para ser más permeables y adaptarse a los cambios.
En este nuevo escenario, las corporaciones encuentran una gran oportunidad de crecimiento en colaboración con el ecosistema emprendedor.
Y es que la innovación no ocurre en el aislamiento. Sucede en los cruces, en los encuentros, en el intercambio entre quienes tienen experiencia y quienes traen una mirada fresca. Cuando una gran empresa se vincula con una startup, no solo busca una solución tecnológica: busca contagiarse de su cultura, de su agilidad, su capacidad de adaptación, su tolerancia al error, su pasión por resolver problemas reales.
En Endeavor lo vemos todos los días. Cuando un equipo corporativo participa de un programa de innovación abierta o se involucra con emprendedores, aprende nuevas maneras de pensar, se vuelve más ágil, más colaborativo.
Y esta metamorfosis trasciende a las personas: permea procesos, acelera decisiones y transforma la forma en que se hacen las cosas.

Innovar es aprender (y también desaprender)
El valor de esta interacción va mucho más allá del negocio puntual. Cada alianza entre una gran compañía y una startup genera aprendizaje compartido, impulsa nuevas oportunidades de crecimiento y crea una red más robusta de conocimiento y talento. Lo que empieza como un piloto puede terminar redefiniendo una industria entera.
Desde Endeavor impulsamos continuamente este intercambio y en muchos casos detectamos que la mayor barrera no es tecnológica, sino cultural.
Cuando las corporaciones se acercan al mundo emprendedor suelen hacerlo con estructuras rígidas o miedo a lo incierto. Sin embargo, los mejores resultados surgen cuando hay apertura, curiosidad y humildad para aprender del otro. Innovar es animarse a desaprender.
La innovación no ocurre en el aislamiento. Sucede en los cruces, en los encuentros, en el intercambio entre quienes tienen experiencia y quienes traen una mirada fresca.
Hoy, más que nunca, los límites entre startups y corporaciones se diluyen. Las primeras ganan escala y recursos; las segundas, velocidad y visión de futuro. Juntas pueden potenciar un cambio sistémico que genere impacto real: más productividad, más empleo, más competitividad.
Porque al final, innovar no es solo crear nuevos productos o servicios, es construir nuevas formas de pensar y de colaborar. Y cuando las empresas consolidadas se nutren del espíritu emprendedor —y las startups incorporan perspectiva de crecimiento sostenido—, el ecosistema entero se potencia. Ese es el tipo de colaboración que realmente transforma culturas, impulsa cambios y eleva a todo el ecosistema.















