"Para darnos cuenta del valor del ancla necesitamos sentir el estrés de la tormenta", decía la famosa escritora Corrie ten Boom. Y estos días nos encuentra viviendo en un clima incierto, en el momento en el que se desestabilizan las expectativas, cuando aparecen voces con presagios que alarman y cuando, como nunca, hay que identificar las variables firmes que consolidan el rumbo. El riesgo país y el dólar volvieron a ser noticia. Un clásico para los argentinos en tiempos de elecciones. En este contexto no hay misterio: el problema no es económico, el problema es la incertidumbre de orden político que, al desanclar las expectativas sobre cómo sigue la película luego de octubre, incentivó la dolarización de portafolios. Si miramos con calma, sabemos que el régimen cambiario seguirá siendo administrado con pragmatismo: Tesoro y BCRA combinan ventas, encajes, futuros y medidas tácticas para desactivar apuestas unidireccionales. El margen de maniobra existe, pero se encarece cada día. Lo que persiste es la disciplina fiscal y la prioridad de sostener la estabilidad de precios. Lo que cambió es la exigencia: con puentes políticos, el mercado otorga alivio; con confrontación, sostiene la prima y obliga a gastar más herramientas. Sin embargo, como todo el sistema se organiza rápidamente sobre los nuevos niveles de certidumbre, aparecen demandas más exigentes. Pensemos en un día donde se anuncia probabilidad de granizo, solo esa información ya es insuficiente, ahora la necesidad es saber con precisión intensidad, hora, lugar y duración. Aunque la analogía es imperfecta para entender este momento de dificultad política y económica, es muy gráfica para organizar los sucesos recientes. Hasta hace unas semanas, las expectativas sobre "granizo" estaban contenidas en niveles bajos, cada vez menos dudas sobre un ancla fiscal que vino para quedarse más allá de los protagonistas, y un desafío cambiario/monetario en el centro. Los hechos ya son conocidos, en primer lugar, la falta de precisión en las medidas monetarias que sumaron presión sobre el dólar y mayor volatilidad. En segundo lugar, las denuncias que pusieron en duda los valores éticos y de transparencia. Un resultado electoral en la provincia de Buenos Aires con resultados más adversos de lo previsto, y que aceleró la volatilidad, y un Congreso decidido a saldar deudas sociales históricas en sesiones urgentes y sin contrapartida de recursos. Lo que no debemos perder de vista es que esta dinámica reciente, motivada en gran parte por errores no forzados, expone interrogantes respecto al esquema cambiario y trayectoria de las reservas ya sabidos. Lo que estamos viendo es un adelanto en el tiempo, algo del postoctubre ya está ocurriendo hoy. El Gobierno cuenta con varias palancas a favor de que esta tormenta se disipe. En primer lugar, la piedra fundamental del superávit fiscal puede mantenerse resguardada, las señales que dan los rechazos a los vetos presidenciales (discapacidad, universidades, ATN), se vinculan más a la construcción política y de poder que a un impacto fiscal que no pueda amortiguarse. En este mismo sentido, el fondo y la forma de presentación del presupuesto 2026 también muestran una reacción pragmática del presidente. La gobernabilidad tiene una misión insustituible: aportar credibilidad a las medidas económicas. En ese marco, debemos valorar la importancia de recuperar la institucionalidad del presupuesto. También debemos sumar el apoyo del FMI, un elemento importante para bajar la incertidumbre, especialmente para atravesar la etapa de intervención sobre la banda superior, es sabido que el Fondo no suele convalidar este uso de las reservas. Es cierto que las posibilidades de reconstruir consensos posoctubre que sigan avalando la salida vía competitividad, apertura, reformas estructurales, se mantienen firmes. Los gobernadores hoy están mirando las urnas, pero también requieren estabilidad para su gestión. De algún modo estamos atravesando la volatilidad propia del fin de un esquema y el nacimiento de uno nuevo, un desafío se presenta y se aguarda conocer cuáles serán las reglas cambiarias y monetarias que hacen creíble una trayectoria de reservas, desinflación, tasas de interés y nivel de actividad. ¿Es una opción quedarnos encerrados en nuestras casas hasta que el servicio meteorológico anuncie 0% de probabilidades de lluvia? Claramente no. El clima que se vive en la coyuntura indica, sin lugar a dudas, que los mercados están aún en proceso de digerir el shock que significó el resultado electoral en la provincia de Buenos Aires y que el gobierno tendrá que hacer, más temprano que tarde, un giro importante. Pero si pensamos que existe cierta claridad sobre la continuidad de los próximos dos años, la visión no cambia, especialmente porque lo que no está en discusión es el cambio cultural y de época que vino para quedarse y que se sustenta en un modelo de competitividad, apertura y desregulación que se integra al mundo. En años electorales, la política condiciona el timing de las decisiones. En Argentina, eso significa más riesgo para la inversión, más incertidumbre en el empleo y dudas sobre la sostenibilidad de los pasos ya dados. En todo caso, iremos descubriendo las iniciativas con las que se van resolviendo las tensiones propias de un país que intenta reconstruirse luego de décadas de estancamiento, iniciativas que deben ser viables desde un punto de vista práctico para construir credibilidad en el sector privado. Son las empresas, en última instancia, las que deben tomar las decisiones de inversión y empleo que necesita el país. Como líderes de compañías, debemos compatibilizar esta etapa con una agenda proactiva de inversión e innovación, de lo contrario corremos el riesgo de llegar tarde al mundo que se viene y naufragar en la obsolescencia.