La economía argentina se encuentra en el comienzo de un período potencialmente transformador, uno que marcaría el rumbo de los años 2026 y 2027 con una combinación de factores políticos, macroeconómicos y estructurales que no se observan en el país desde hace décadas.

La eliminación del riesgo electoral reciente generó un alivio inmediato en los mercados financieros, provocando una caída significativa en el riesgo país, y restan todavía unos 300 basis adicionales de compresión.

Este movimiento no sólo refleja una baja en la percepción de riesgo, sino también un renovado voto de confianza por parte de los inversores internacionales, que comienzan a reevaluar la trayectoria de la economía local con una victoria electoral libertaria en 2027 como un escenario mucho más probable.

La recomposición de la demanda de dinero, fruto de la baja en la incertidumbre política, se acelera a medida que la inflación vuelve a ubicarse en un sendero claramente descendente.

La inflación mensual probablemente comenzará a aproximarse hacia niveles cercanos al 0% en los próximos 18 meses, un fenómeno que resulta crucial para consolidar un régimen de estabilidad nominal sostenible.

Este avance, que hasta hace poco parecía imposible, se potencia por un colapso de la demanda de dólares: los agentes económicos dejan de buscar refugio en el billete y el tipo de cambio podría ir a buscar el límite inferior de la banda cambiaria, más aún si los pibes de NY entran a hacer carry en moneda local.

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Esta combinación de factores impulsa expectativas más estables y consolida la idea de que el país se adentra en una etapa de normalización monetaria después de años marcados por la incertidumbre cambiaria, el desorden fiscal y la inflación crónica.

Después de dos años de enfriamiento económico necesarios para quebrar la inercia inflacionaria, la economía real comienza a transitar un fuerte rebote, impulsado por exportaciones, mayor producción y un ciclo de inversión alentado por la previsibilidad macroeconómica.

Este rebote no es coyuntural: se proyecta como un ciclo sostenido que podría redefinir el perfil productivo argentino de manera estructural.

El Gobierno atravesó las elecciones de mitad de término con una economía en pleno enfriamiento, un contexto tradicionalmente negativo si lo que se busca es ganar elecciones. Sin embargo, a diferencia de otros períodos de la historia reciente, esta administración libertaria logró preservar apoyo social y credibilidad económica.

Para las presidenciales de 2027, en cambio, el escenario sería exactamente el contrario: la economía argentina se encontraría en plena fase de expansión, con el consumo recuperándose, las exportaciones creciendo y el mercado laboral comenzando a mostrar mejoras claras.

Históricamente, los electores argentinos suelen premiar los contextos de expansión económica acompañados de desinflación, y este ciclo no sería la excepción.

La dinámica política también refleja esta tendencia: se proyecta una fuerte consolidación del espacio libertario, sustentado por una dinámica de normalización macroeconómica que hasta hace poco parecía impensada.

Uno de los pilares esenciales del crecimiento proyectado para estos años es el liderazgo creciente de los sectores de energía y minería. Ambos se encuentran inmersos en un proceso de expansión sin precedentes, apalancado por inversiones en infraestructura, ampliación de capacidad productiva y el avance de proyectos energéticos estratégicos, particularmente en Vaca Muerta y en el desarrollo de minerales críticos como el litio.

Argentina avanzará probablemente hacia un modelo económico caracterizado por sobrantes de dólares, un concepto inverosímil en las últimas décadas.Esto no sólo aliviará tensiones cambiarias estructurales, sino que permitirá replantear el funcionamiento del sistema financiero, la profundidad del mercado de capitales y la calidad del proceso crediticio.

Las industrias directamente vinculadas al sector exportador; agro, energía, minería, experimentarán probablemente un crecimiento explosivo, mientras que aquellas ligadas al mercado interno deberán atravesar un proceso de sustancial reconversión para adaptarse a un país mucho más integrado al comercio global.

El contraste entre ambos modelos productivos quedará explícitamente reflejado: el populismo priorizó durante décadas la industria prebendaria, condenando al campo a financiar estructuras ineficientes. El modelo libertario actual, por el contrario, redefine prioridades y otorga centralidad estratégica al sector exportador como motor del crecimiento de largo plazo.

En el frente financiero, los bonos soberanos argentinos debieran mostrar importantes mejoras en sus cotizaciones, con potenciales subas en la parte media y larga de la curva del orden del 15 al 20%.

El Merval, a su vez, se beneficiará probablemente de este ciclo expansivo: no sólo podría transformarse en el líder entre los mercados emergentes de cara al 2026, sino que además Argentina estaría finalmente en condiciones de ingresar al índice de acciones emergentes el año entrante, un evento largamente esperado que implica mayores flujos de inversión pasiva y activa hacia los activos financieros locales.

La coyuntura social también exhibe un cambio contundente: una parte mayoritaria de la juventud argentina, cansada de décadas de populismo, parece abrazar un nuevo paradigma económico basado en la libertad, la apertura y la competitividad internacional. Las transformaciones que se proyectan para estos años no sólo implican un realineamiento productivo, sino también un cambio cultural profundo.

Si estas tendencias se consolidan, Argentina podría finalmente transitar un ciclo prolongado de prosperidad económica enmarcado en una estructura macroeconómica sostenible, competitiva y moderna como alguna vez supimos ser por 1900. Bienvenido sea este nuevo escenario que marca la mayoría de la juventud argentina.