A mediados de abril pasado se anunciaron nuevos lineamientos de las políticas monetaria y cambiaria. Inicialmente, coincidiendo con la etapa de estacionalidad positiva de oferta de divisas, se logró estabilizar y simplificar el mercado de cambios. Desde entonces, el tipo de cambio contado se movió sin intervención del BCRA. La tasa de interés en pesos nominal, que subió al principio, se estabilizó -y aumentó la tasa real-. Ello contribuyó a la caída de la tasa de inflación. Sin embargo, luego del segundo trimestre favorable, se registró una importante volatilidad en los mencionados indicadores. Esa experiencia nos sugiere una serie de reflexiones para pensar en la evolución y disminuir los costos de transición hacia la normalización completa de los mercados monetario y cambiario. Distinguimos ciertos hechos recientes para, luego, referirnos a los objetivos del esquema cambiario/monetario y la transición hacia los mismos. Ante un segundo trimestre del año positivo en oferta comercial de divisas, se prefirió que el flujo se "administrase" con prescindencia del BCRA. Cabe señalar que en el mercado siguieron vigentes restricciones de acceso para ciertos agentes, al mismo tiempo que se implementaron incentivos específicos para estimular una mayor liquidación de divisas. Sin embargo, hubo cierta confusión en la implementación, ya que el programa redefinido en abril mencionaba la posibilidad de intervención del BCRA dentro de la banda, con metas de acumulación de reservas relacionadas con la estacionalidad de las exportaciones netas. Como resultado, se logró reducir la tasa de inflación, la tasa de interés se estabilizó y se simplificó significativamente la multiplicidad de tipos de cambio efectivos aplicables a diversas transacciones. También se apreció el tipo de cambio libre en términos reales. Ello llevó a un proceso de mayor atesoramiento de dólares de personas físicas y a más gastos en el exterior, como turismo y tarjetas de crédito. A mediados de julio, se reformuló el esquema monetario. La forma en que se implementó el desarme de LEFIs aportó volatilidad a la tasa de interés, en momentos en que el mercado de cambios enfrentaba un menor ingreso de divisas comerciales. El objetivo final de las acciones del gobierno es seguir reconstruyendo la confianza en el sistema económico-financiero. Para ello, es importante mantener la prudencia fiscal, pero también lo es trabajar sobre otros aspectos, algunos de los cuales mencionamos a continuación: Implica incorporar la noción de sostenibilidad temporal, incluyendo no solamente la forma y los mecanismos de funcionamiento, sino también el financiamiento del sector público. En ese sentido, cabe considerar formas de diseño con características de mercados desarrollados, para reducir la incidencia de factores que sumen alta variabilidad al sistema, permitiendo un equilibrio natural que surja de la interacción entre oferta y demanda, con libre acceso y mayor transparencia. Además de priorizar el rol del sector privado, cabría darle más claridad al rol del resto de los participantes del sistema, en el que el Tesoro tendría delimitadas sus funciones y objetivos, incluyendo darle previsibilidad al manejo financiero. También podría existir alguna/s entidad/es con potencialidad de intervenir mitigando momentos de alta volatilidad, sin alterar las tendencias, tanto en lo cambiario como en lo monetario, y sin que ello afecte su situación patrimonial. Asociado al punto anterior, si bien el Tesoro podría definir su estrategia financiera, el Banco Central podría usar mecanismos de intervención específicos (como por ejemplo repos o compraventas futuras de títulos públicos) de manera de generar un funcionamiento armonioso del sistema. Alentar mayor competencia del sistema financiero local, tanto de los bancos como de los mercados de capitales, con mercados del exterior, de manera de mejorar las señales de precios y condiciones de acceso. También la complementariedad/competencia entre intermediarios bancarios y no bancarios. Es importante que el sistema gane confianza, tanto en materia de pagos como de intermediación entre ahorro e inversión. Consideramos al sistema actual como uno de transición. Como tal, sus componentes se van superando en etapas. En materia cambiaria, ello implica reconocer que el régimen actual es uno donde el tipo de cambio y la tasa de interés buscan su nivel, también en la interacción entre ambos. Es importante separar la naturaleza de un esquema cambiario de tipo de cambio fijo con sus rigideces, de uno de flotación, donde existe flexibilidad frente a cambios internos y externos, que evita oscilaciones bruscas. Sería deseable que en la transición el tipo de cambio sea representativo del precio de la moneda en relación con otros precios y que se siga reduciendo la multiplicidad de tipos de cambio, terminando de levantar las restricciones de acceso que quedan. Mientras que el tipo de cambio encuentra su nivel y se busca recobrar la confianza en la moneda, la tasa en pesos es el vehículo que captura la prima de riesgo. Inicialmente, puede ser alta, pero debería ir bajando a medida que se demuestre el fortalecimiento institucional del peso. Para ello, se requiere reforzar la tendencia de reducción de la inflación, a pesar de alteraciones puntuales en el camino. Una vez lograda la unificación cambiaria, debería pensarse en un manejo prudencial y firme, que tienda a darle más fortaleza al funcionamiento de los mercados. El final del proceso de normalización no está distante, pero en la transición se debería seguir robusteciendo su funcionamiento, de manera de continuar con la reducción de la percepción de riesgo e incrementar la confianza. Uno de los elementos fundamentales es dar mayor fortaleza contractual a las transacciones -de forma implícita o explícita-. El marco institucional actual es favorable para impulsar las adaptaciones y reformas necesarias para lograrlo.