Vivimos en la era del scroll infinito. Cada vez que abrimos X (la ex Twitter), nos espera una avalancha de opiniones, gráficos de mercado, predicciones, gurús y recomendaciones de inversión. Todo parece urgente. Todo parece importante.

Pero, ¿decidimos mejor cuando estamos más informados?

El psicólogo alemán Gerd Gigerenzer, en su libro Las decisiones instintivas: la inteligencia del inconsciente, sostiene que más información no necesariamente mejora nuestras decisiones. A veces, incluso las empeora.

Cuando el cerebro está saturado de datos, deja de pensar con claridad y actúa buscando alivio, no verdad.

En psicología del dinero, eso se traduce en ansiedad, sobreanálisis y parálisis. La mente, en lugar de procesar racionalmente, busca confirmar lo que ya cree. Y ahí entra en juego un fenómeno muy propio del mundo digital: la red de confirmaciones.

En X seguimos a quienes piensan parecido, compartimos publicaciones que refuerzan nuestras ideas y bloqueamos a quienes nos incomodan. Lo llamamos "curar el algoritmo", pero en realidad estamos encerrándonos en un ecosistema emocional y político donde solo escuchamos ecos de nuestras propias creencias.

Y ese sesgo de confirmación, que tiene raíces profundas en la psicología cognitiva, se traslada a la economía. Si sigo a cuentas que repiten que el dólar va a subir, empiezo a sentir que va a subir. Si consumo solo contenidos que alertan sobre una crisis, actúo como si ya estuviera ocurriendo. En ese punto, la voz del pasillo digital reemplaza al análisis, y las emociones dirigen mis cuentas.

Gigerenzer lo explica con claridad: el ser humano no decide con toda la información disponible, sino con la que considera relevante. La intuición no es irracional, es una forma rápida y eficiente de procesar lo esencial. Pero cuando el entorno amplifica el ruido, esa intuición se contamina.

Por eso, en un mundo saturado de información, la verdadera inteligencia está en filtrar. No en saberlo todo, sino en elegir qué escuchar. Incorporar perspectivas distintas, incluso incómodas, puede mejorar nuestra capacidad de razonar. No porque cambie lo que pensamos, sino porque nos obliga a pensar mejor.

La salud financiera depende de nuestra salud cognitiva: de la capacidad de ponerle límites al ruido, y de abrirnos a ideas que nos desafíen.

La libertad de decidir -económica, emocional o política- empieza cuando somos capaces de pensar más allá del algoritmo.