

La transición hacia el 10 de diciembre ha comenzado. En nueve meses habrá un nuevo presidente en funciones, y como siempre sucede, la economía toma registro. Por el stock acumulado de problemas, 2023 luce más parecido a la sucesión de Mauricio Macri en 2019 que a los dos gobiernos previos de Cristina Kirchner. Inflación en ascenso y frágiles equilibrios cambiarios conviven con un ajuste fiscal que, medido en términos del gasto primario, es significativo, aunque no suficiente para reducir las expectativas devaluatorias y así, el aumento de los precios difícilmente logre ceder del 5% mensual.
Al no existir espacio político y menos aún tiempo para integrar los aislados instrumentos que persiguen una cierta desinflación (la comentada contracción del gasto, tasas reales de interés positivas, y los poco efectivos acuerdos de precios) dentro de un programa orgánico y articulado de estabilización, el Gobierno debe apostar en estos nueve meses a correr una especie de carrera de postas para llegar a diferentes estaciones sin dejar que la acumulación de desequilibrios lo saque de la pista.
En concreto, el desbalance entre el mundo de los dólares y de los pesos volverá a emerger en varios momentos a lo largo del año. La inconsistencia básica de una economía que no genera los dólares requeridos para operar con normalidad y, en consecuencia, navega en un mar de pesos, restringidos, "encepados", seguirá dominando el día a día. Una menor emisión monetaria derivada de la fuerte reducción real del gasto primario no alcanza a compensar la mayor emisión de pesos para pagar los intereses de las Leliqs del Banco Central, sus intervenciones en el mercado secundario de deuda y las compras de dólares al sector privado. Y de este modo, la base monetaria sigue en aumento.
La primera posta a la que debe apuntar el Gobierno es llegar sin mayores turbulencias financieras al mes de abril, cuando empiece a liquidarse una menguada cosecha de soja, que en las proyecciones más optimistas significaría un ingreso de unos u$s 5000 millones menos en las reservas del BCRA. Tomando nota de este shock de oferta, los inversores en pesos saben que el margen de maniobra para la gestión de los pasivos del Tesoro en los próximos 45 días es aún más reducido, tanto en términos de plazos como de tasa. En abril vencen títulos por $ 2,4 billones, la mitad colocados a tasa fija y el resto en bonos hard dollar y deuda CER. Fortalecer hasta entonces la caja en dólares del Central para afrontar estos vencimientos se vuelve crucial para alejar el riesgo de no llegar, como mínimo a refinanciarlos.
A partir de abril, con el proceso electoral ya lanzado, la cuesta de la deuda del Tesoro se empina, al vencer cerca de $ 6,5 billones entre mayo y julio. Se calcula que dos tercios de esta deuda con inversores privados vence entre abril y julio. El desafío es mayúsculo en el marco de perspectivas poco alentadoras para el mundo de los dólares. A la sequía se le suman los déficits de comercio con China y Brasil, que en conjunto alcanzaron los u$s 13.000 millones en 2022. Por tal razón, la premura por volver operativo el swap con China y, más demorado, encontrar alguna vía que reduzca la intervención del dólar en el intercambio con Brasil.
El FMI, que el año pasado aportó u$s 6800 millones netos, este año se vuelve deficitario en u$s 2000 millones, confiando en que otros multilaterales, como el BID y el Banco Mundial, compensen parte del bache. Y la cuenta de servicios, incluido turismo, seguirá mostrando su crónico rojo (en 2022 fue negativa por u$s 10.000 millones). La gran duda es cuánto ahorro, si se verifica, provendrá de las importaciones de energía, uno de los issues macro de los últimos años.
Sobre este intrincado y altamente volátil laberinto de pesos y dólares, un comunicado de la principal fuerza de oposición puso en duda días atrás la sustentabilidad de la deuda en pesos (Banco Central y Tesoro), sosteniendo que por diversos mecanismos se está incubando una "bomba de tiempo (...) que eleva el riesgo de una salida caótica" [advirtió Juntos por el Cambio en un comunicado].
Podrían plantearse diferentes indicadores de sostenibilidad (deuda/PBI, emisión derivada de intereses, porcentajes de refinanciamiento del Tesoro, etc), y habría argumentos en uno u otro sentido. El viceministro [Gabriel] Rubinstein señala que el esfuerzo fiscal del 0.2% del PIB para mantener inalterada la relación entre la deuda en pesos y el producto en 12% es sostenible. Desde Juntos, cuestionan las tasas altas, el swap chino, los bonos duales, las Leliqs 'descontroladas', el 'repo' con bancos internacionales, y siguen las firmas. Ni más ni menos que el 'desvalido' corazón del esquema económico de Sergio Massa.
Un par de reflexiones. La primera, que los mercados financieros no sienten aún el eco de la disputa política sobre la deuda. En estos días no se registraron movimientos relevantes en la industria de fondos comunes, los depósitos en dólares de los bancos siguen tan estancados y bajos como es costumbre y los dólares financieros y el blue oscilan, pero sin tendencia definida. Este miércoles incluso el Tesoro no sólo renovó los vencimientos (casi todos privados) sino que logró colocar un tercio por encima, a menos plazo y a una tasa mayor, ciertamente.
Como segunda reflexión, dado que la economía ya comienza a instalarse como el eje principal de la campaña opositora, y que el Gobierno retrucará yendo hacia atrás, a la gestión pasada, tirar de la soga dadas las fragilidades comentadas en los meses previos a las elecciones es arriesgado. Como mínimo, sería ingenuo que la oposición creyera que una eventual explosión antes de las elecciones allanaría la administración macroeconómica del futuro gobierno. Quizá mejoren sus chances electorales, pero los coletazos de una crisis financiera se sentirían por largo tiempo, condicionando sus grados de libertad a la hora, por caso, de poner en marcha un muy necesario programa de estabilización de precios. En particular, la inflación escalaría muy por encima del 100% actual y la pobreza, hoy en 40 puntos, podría ubicarse bien por encima del 50%. Algo de la deuda podrá licuarse, la inflación y la pobreza no... Reverberan en la memoria los primeros dos años de la presidencia de CarlosMenem (1989-90), hasta la convertibilidad de abril de 1991.
No es practicar 'coreacentrismo' exigir que la política toda, quienes gobiernan y quienes tienen chances de sucesión, den señales claras respecto del cumplimiento de los contratos de deuda con los privados y también con los organismos públicos. Conocer cómo será esa administración en tiempos de transición es fundamental para estabilizar las frágiles expectativas (con brecha cambiaria del 90%). La economía argentina se ha instalado en lo que los economistas llamamos 'régimen de alta inflación', una dinámica de precios compleja con elevada indexación y acortamiento de los contratos. Además, la gestión de una macro con salarios reales muy deprimidos vuelve socialmente muy compleja la estabilización luego de una crisis. Mesura y cordura, activos que deben estar en la mesa de los nueve meses finales de gestión.














