

La culpa siempre es de los otros. De la conspiración buitre al desánimo mediático, la estrategia encontró estos días un nuevo blanco en la supuesta complicidad de un soldado con los intereses desestabilizadores del mundo financiero: el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega. La acusación precipitó una salida que Fábrega ya había ensayado otras veces en lo que el mercado siempre interpretó como el hábito de poner un límite desde adentro al estilo K. Pero esta vez fue demasiado.
La llegada de Alejandro Vanoli inquieta precisamente en la medida en que su desembarco supone cambiar contención por radicalización. O al menos, una permeabilidad mucho mayor a las presiones de Economía en un momento de extrema sensibilidad.
La situación que hereda Vanoli poco tiene que ver con la pax que Fábrega supo forjar a comienzos de año. De hecho, advierten los analistas, el estrés cambiario es hoy aún más agudo que el que derivó en la devaluación de enero. En los últimos dos meses se perdieron más de u$s 1.000 millones de reservas y el default activó una escalada de los dólares paralelos. La emisión para cubrir el bache fiscal hoy crece a un ritmo casi 120% superior que el de hace un año. Vanoli llega con los agro-dólares de la expo detrás suyo y el festival de pesos de fin de año a punto de arrancar. El desafío de absorber ese excedente se potenciará y deberá ser abordado a costa del crédito privado, que se estaría desacelerando hasta un ritmo del 15% anual.
Estamos en default. Llevamos cuatro meses de recesión. Y este año la inflación se estiró hasta el 40% anual. La salida de Fábrega no tranquiliza. El mercado respira hondo.













