Cuando Estados Unidos habla, el mundo escucha. Después de todo, es la potencia más influyente del mundo. Esto no se debe sólo a su tamaño y riqueza, sino también a la fortaleza de sus alianzas y a su papel central en la creación de las instituciones y principios del orden actual. EE.UU. desempeñó un papel decisivo en la creación de las instituciones de Bretton Woods, del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y de la OMC. Promovió ocho rondas sucesivas de negociaciones comerciales multilaterales. Ganó la guerra fría contra la Unión Soviética. Y, desde principios de la década de 1980, impulsó una profunda y amplia apertura de la economía mundial, recibiendo a China en la OMC en 2001. Nos guste o no, todos vivimos en el mundo que EE.UU. ha creado. Ahora, arrepentido del mundo que ha construido, EE.UU. ha decidido rehacerlo.Janet Yellen, la secretaria del Tesoro, esbozó los aspectos económicos de la nueva visión estadounidense en un discurso pronunciado el 20 de abril. Siete días después, Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional de Joe Biden, pronunció un discurso aún más amplio, aunque complementario, sobre la "Renovación del liderazgo económico estadounidense". El discurso representó un repudio de la política anterior; pudiera simplemente verse como una vuelta al intervencionismo de Alexander Hamilton. Sin embargo, esta vez, la agenda no es para un país naciente, sino para la potencia dominante del mundo. ¿Qué estaba diciendo Sullivan? ¿Y qué podría significar para EE.UU. y para el mundo? El punto de partida es doméstico. Por esto, "una cambiante economía global dejó atrás a muchos trabajadores estadounidenses y a sus comunidades. Una crisis financiera sacudió a la clase media. Una pandemia expuso la fragilidad de nuestras cadenas de suministro. Un clima cambiante amenazó vidas y medios de subsistencia. La invasión rusa de Ucrania subrayó el riesgo de la dependencia excesiva". En términos más concretos, el gobierno se enfrenta a cuatro grandes retos: el vaciamiento de la base industrial; el ascenso de un competidor en términos geopolíticos y de seguridad; la acelerada crisis climática; y el impacto de la creciente desigualdad en la democracia. En una frase clave, la respuesta debe ser "una política exterior para la clase media". Entonces, ¿qué se supone que significa eso? En primer lugar, una "moderna estrategia industrial estadounidense" que apoye sectores considerados "fundamentales para el crecimiento económico" y también "estratégicos desde una perspectiva de seguridad nacional". En segundo lugar, una cooperación "con nuestros socios para asegurarnos que ellos también están desarrollando sus capacidades, su resistencia y su inclusión". En tercer lugar, "ir más allá de los acuerdos comerciales tradicionales hacia nuevas asociaciones económicas internacionales innovadoras centradas en los principales retos de nuestro tiempo". Esto incluye crear cadenas de suministro diversificadas y resilientes; movilizar inversiones públicas y privadas para "la transición a la energía limpia"; garantizar "la confianza, la seguridad y la apertura en nuestra infraestructura digital"; detener la carrera hacia el abismo en la estructura tributaria corporativa; mejorar las protecciones del sector laboral y del medio ambiente; y enfrentar la corrupción. En cuarto lugar, "movilizar billones de dólares en inversión hacia las economías emergentes". En quinto lugar, desarrollar un plan para proteger "las tecnologías fundamentales con un ‘patio pequeño y una valla alta'". Por lo tanto: "Hemos implementado restricciones cuidadosamente adaptadas a las exportaciones de tecnología de chips más avanzada a China. Esas restricciones se basan en claras preocupaciones de seguridad nacional. Aliados y socios clave han seguido nuestro ejemplo". También incluye "mejorar la revisión de inversiones extranjeras en áreas críticas para la seguridad nacional". Se trata, insiste Sullivan, de "medidas individualizadas", no de un "bloqueo tecnológico". Se trata, en efecto, de un cambio fundamental en los objetivos y medios de la política económica estadounidense. Pero tanto la profundidad como la durabilidad de estos cambios dependen de hasta qué punto reflejen un nuevo consenso estadounidense. En donde es nacionalista y proteccionista, seguramente ya lo es. En donde resta importancia a las prioridades de las empresas y al papel de los mercados, también pudiera resultar ser duradero. Los republicanos populistas de Donald Trump seguramente pudieran aceptar casi todo esto. ¿Tienen sentido los nuevos objetivos? En algunos aspectos fundamentales, sí. Estoy de acuerdo en que la rabia y la decepción de lo que los estadounidenses llaman ‘la clase media' es una peligrosa realidad. También estoy de acuerdo en que el clima es una importante prioridad; que las cadenas de suministro deben ser resilientes; y que la seguridad nacional es una legítima preocupación en relación con la política comercial. Rusia indudablemente nos ha enseñado eso. Pero ¿funcionará realmente para que los estadounidenses y el resto de nosotros estemos mejor y más seguros? Una duda se relaciona con la escala. Sullivan afirma, por ejemplo, que "se calcula que el capital público total y la inversión privada de la agenda del presidente Biden ascenderán a unos u$s 3,5 billones durante la próxima década". Esto supone, a lo sumo, el 1,4% del PBI durante ese período, lo cual es demasiado poco para ser transformador. Otra duda es que es difícil hacer que la política industrial funcione, particularmente para las economías situadas en la frontera tecnológica. Una duda adicional tiene que ver con cuán disruptivo será este nuevo enfoque para las relaciones económicas y políticas con el resto del mundo, en particular (pero no sólo) con China, especialmente en materia de comercio. En particular, va a ser difícil distinguir las tecnologías puramente comerciales de las que tienen implicaciones en materia de seguridad. También va a ser difícil distinguir entre amigos y enemigos de EE.UU., como lo demuestran las reacciones mundiales a la invasión rusa de Ucrania. Y, no menos importante, va a ser difícil convencer a China de que esto no es el comienzo de una guerra económica en su contra. Sin embargo, China ya tiene una posición poderosa en esa lucha, tal como señaló Graham Allison, de la Universidad de Harvard, refiriéndose al caso de los paneles solares. Las tierras raras representan otro caso similar. Pero, sobre todo, el nuevo enfoque sólo funcionará si conduce a un mundo más próspero, pacífico y estable. Si conduce a un mundo fracturado, a un fracaso medioambiental o a un conflicto abierto, fracasará por sí solo. Sus autores deben calibrar con cuidado la ejecución de su nueva estrategia; pudiera resultar seriamente contraproducente.