Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de EE.UU, llegó al Congreso con un mensaje claro: no habrá recortes de tasas por ahora. En su testimonio semestral, el banquero central reiteró que los efectos de la política monetaria se acentúan y que la economía necesita más tiempo para mostrar señales consistentes. Pero, detrás de ese tono moderado, se esconde una creciente tensión interna que se vuelve difícil de disimular. Mientras Powell pide "paciencia" y "prudencia", crece la presión desde adentro y afuera. Sucede que varios funcionarios de la Fed, entre ellos Michelle Bowman y Christopher Waller -ambos designados por Donald Trump- ya se alinean con el presidente al pedir recortes de tasas, incluso en julio, si los datos acompañan. Pero las señales desde la economía real -como el efecto de los aranceles y la tensión geopolítica en Medio Oriente- podrían llevar la inflación en dirección contraria. La historia suena familiar: como ocurrió tras la pandemia, la Fed vuelve a subestimar los riesgos inflacionarios, al calificar de "temporarios" los efectos que podrían derivarse de los aranceles impuestos por Trump. El recuerdo del fracaso del "inflation is transitory" sigue fresco y divide a los funcionarios entre quienes quieren anticiparse al deterioro del crecimiento y quienes temen repetir errores del pasado. Por si faltaba condimento, Trump volvió a la carga esta semana, atacando directamente a Powell en redes sociales y acusándolo de "testarudo" e "incompetente". El expresidente, en plena campaña electoral, exige recortes agresivos para aliviar la carga de intereses del Tesoro y estimular la economía. Pero la Fed, al menos en los papeles, se mantiene independiente. Las apuestas del mercado son claras: Wall Street no cree en un recorte inminente. Según los futuros, hay un 77 % de probabilidades de que la Fed mantenga las tasas sin cambios en la reunión del 30 de julio. Los analistas de JP Morgan, Goldman Sachs y Deutsche Bank apuntan a un único recorte -y no antes de diciembre- en medio de una economía que aún resiste, pero empieza a mostrar señales de fatiga. Así, mientras Powell intenta contener la presión política y evitar errores pasados, la Reserva Federal se convierte en un campo de batalla donde conviven voces disonantes, presiones electorales y una economía que ya no da margen para errores. Las decisiones de la Fed y la evolución de las tasas de interés en Estados Unidos ejercen una influencia directa sobre el comportamiento de la deuda argentina y, en términos más amplios, sobre la estabilidad financiera del país. Cuando las expectativas de alzas adicionales por parte de la Fed empujan al alza los rendimientos de los bonos del Tesoro estadounidense, los inversores tienden a reorientar sus carteras hacia esos activos considerados más seguros y con mejores retornos relativos. Ese movimiento provoca una caída en la demanda de bonos globales de mayor riesgo, entre ellos los títulos de renta fija argentina, presionando sus precios a la baja y encareciendo el financiamiento externo para el país. En sentido inverso, un escenario en el que la Fed anticipe recortes de tasas y derive en una disminución de los rendimientos de los bonos norteamericanos abre espacio para que la renta fija global recupere atractivo. Esa mejora de apetito por activos de mayor rendimiento puede traducirse en flujos de capital hacia los bonos argentinos, aliviando parcialmente las tensiones de liquidez y reduciendo los costos de financiamiento locales. Sin embargo, a menos que se dé un cambio drástico en las proyecciones de política monetaria de la Fed, el impacto de cada reunión tiende a ser absorbido rápidamente por el mercado, dado que la mayoría de las expectativas ya están reflejadas en los precios. Más allá de la influencia de la Fed, factores geopolíticos y decisiones de política fiscal estadounidense también actúan como catalizadores externos clave. Un eventual recrudecimiento del conflicto en Oriente Medio, que pudiera golpear zonas productoras de petróleo, puede impulsar los precios del crudo y afectar los términos de intercambio de Argentina. Al mismo tiempo, la aprobación de grandes paquetes fiscales o el restablecimiento de aranceles recíprocos introducen dosis adicionales de volatilidad internacional, capaces de redefinir el apetito por activos emergentes y, en particular, por la deuda local. En el plano doméstico, el efecto de la última decisión de la Fed fue contenido, pues el mercado ya había incorporado en buena medida la medida al evaluar el grado de certeza sobre el rumbo de las tasas. Adicionalmente, el debilitamiento reciente del dólar a nivel global ha fortalecido a varias monedas latinoamericanas, otorgándole un respiro al peso y moderando la presión inflacionaria derivada de la importación de insumos. En conjunto, estos factores muestran que, aunque la política monetaria de Estados Unidos siga siendo un motor determinante, su impacto en Argentina se modula constantemente por la interacción de condiciones externas y dinámicas locales.