

La posibilidad de que Estados Unidos caiga en recesión trepó de 50 a 70% desde el mes pasado, según mis estimaciones. Pese a que la inflación está en alza, la semana pasada la Reserva Federal sacó el pie del freno de la economía cuando se dio un respiro a la hora de ajustar la política monetaria, por primera vez tras 17 incrementos consecutivos de la tasa de interés. Pero es demasiado tarde. Probablemente la Fed espera un aterrizaje suave pero lo que enfrenta, en cambio, es una recesión cuyas consecuencias se sentirán globalmente. Cuando EE.UU. estornuda, el resto del mundo todavía se resfría.
La recesión estadounidense será desencadenada por tres fuerzas imparables: la desaceleración en el sector de la vivienda; los altos precios del petróleo y las tasas de interés más altas. Estos factores golpearán al consumidor, que ya tiene un alto nivel de endeudamiento y un salario real que declina.
Los efectos del bajón en la vivienda serán más graves que después de la implosión de la burbuja tecnológica, en 2001. El efecto sobre el consumo de la caída en los precios de las casas también será mayor que el del colapso de las acciones tecnológicas en 2000. A diferencia de las acciones tecnológicas, los bienes inmobiliarios son una parte significativa del patrimonio de un hogar. Además, desde la última recuperación alrededor de 30% del empleo estadounidense ha estado relacionado con el sector de la vivienda.
Las cifras del PIB para el segundo trimestre son señales nefastas: el consumo de bienes durables ya está declinando; la inversión residencial está en caída libre y los niveles de inventario son elevados mientras la producción, todavía alta, enfrenta un crecimiento declinante en las ventas. Además, la inversión en equipamiento y software, que se esperaba compensaría el gasto más bajo en vivienda y consumo, cae en lugar de subir.
A medida que se hace más lenta la demanda de los consumidores, las compañías, que tuvieron ganancias elevadas, no encuentran buenas oportunidades de inversión para incrementar la capacidad, y le están devolviendo esas ganancias a los accionistas en un festival de recompra de acciones.
Es probable que, pese a la amenaza inflacionaria, la Fed reduzca las tasas en el otoño o el invierno boreal, reconociendo la recesión inminente. Pero esto no la evitará, por las mismas razones que el intervalo de la Fed en junio de 2000 no evitó la recesión de 2001.
Una vez que comienza la declinación del consumo y el mercado inmobiliario, la demanda de bienes durables se vuelve insensible a la tasa de interés. Como ocurrió en 2000/01, el bajón en el consumo y la vivienda prevalecerá sobre cualquier esfuerzo de la Fed por imponer una política más laxa. ¿Podrá el mundo distanciarse de la recesión estadounidense? El consenso del mercado es que hay patrones de crecimiento global divergentes entre EE.UU. por un lado y Europa y Asia por otro, pero esto es un deseo. La economía mundial se hará más lenta si declina EE.UU..Los vínculos comerciales son una razón importante por la cual el resto del mundo resultará afectado, pero, además, el shock petrolero producirá el mismo efecto de estancamiento con inflación en la eurozona y Asia que en EE.UU. En Japón, la eurozona y los mercados emergentes están ajustando la política monetaria y el nivel de confianza de los CEO del mundo cayó abruptamente.
La caída del dólar en medio de una desaceleración en EE.UU. impulsará fuerzas deflacionarias en Europa y Asia, y el margen de maniobra para la laxitud monetaria y fiscal es mucho más limitada ahora que en 2001, cuando el Grupo de los Siete (G-7) redujo marcadamente las tasas e hizo menos estricta la política fiscal. Las consecuencias de esta desaceleración global para los mercados financieros será seria, aunque puede haber una recuperación tras la pausa de la Fed.
Cuando la recesión sea una realidad, los mercados accionarios del mundo van a caer.
(*)Profesor de Economía de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York
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